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~IÑK~ Alas que inspiran, que acompañan y que protegen. ~IÑK~

Actualizado: 19 jul 2023

Mi último viaje a Argentina tuvo desde los primeros días muchos detalles donde las alas de Iñaki se hicieron presentes, pero para no extenderme demasiado solo les contaré algunos muy especiales que viví en la última semana.

El sábado 1 de julio me fui desde mi ciudad, Santa Fe, hasta la ciudad de Rosario. Una de mis amigas odontólogas me quería entregar un regalo antes de que volviera a Girona.

Ella está haciendo un curso de joyería y tuvo la hermosa ocurrencia de confeccionar con sus manos este significativo anillo.


Fue muy emotivo el momento que viví al abrir la pequeña cajita, sintiendo por centésima vez que Iñaki está siempre conmigo, a la vez que se encarga de hacérmelo saber de infinitas maneras. Sobre todo en los días más difíciles, cuando su ausencia se percibe como un hueco sin fondo en el alma. Pero no me puedo quejar, me lo repara siempre con uno de sus mimos mágicos en un santiamén.

Foto del anillo en la cajita

Luli, la creadora de esta «pieza única» me contó como anécdota que mientras trabajaba con él, se le cayó en repetidas ocasiones. Una vez que me recuperé de la emoción me dijo: A pesar del cuidado que pongo para que no se me caigan, cuando ya lo tenía en la cajita, lo quise mirar de nuevo y se me escapó hasta dos veces de las manos… A una compañera del curso, que en un momento lo estaba mirando, le ocurrió lo mismo. «Es como si ese anillo tuviera vida», me dijo entre divertida y sorprendida.

También agregó: «La semana pasada mientras todavía lo tenía en casa, lo mantuve todo el tiempo a la vista mientras trabajaba haciendo la facturación de mi consulta. ¡Fue mi compañía, me sentía muy acompañada! —me dijo entre risas—».

Es más… mis hijos me veían y me decían:

—¿Mamá por qué no guardás el anillo?

—¡A mí me hace muy bien tenerlo conmigo, mirarlo!

Luli, después de entregármelo me pidió que me sacara una foto con el anillo puesto, pero yo le prometí que me la haría después del lunes, ya que tenía turno en la manicura, así mis uñas se verían más arregladas que en ese momento. Aunque el comentario resultara frívolo hasta para mis propios oídos en el instante de decirlo en voz alta, ya verán que todo sucede por una razón. Al final de este relato entenderán por qué lo digo, ya que antes de llegar a explicárselos, el ángel hizo acto de presencia tan solo tres días después, y paso a relatárselos ahora mismo.


El martes 4 de julio, al atardecer, iba a dar testimonio en un lugar que para mí era muy significativo por varios motivos. No hace falta que me explaye demasiado en ellos, tan solo diré que la emoción fue muy profunda ya que lo pude compartir con un grupo numeroso de mujeres en la Iglesia de la Merced de mi ciudad. También cabe recordar un dato que no es menor: «el sábado 6 de octubre de 2018 salía de misa de esta misma iglesia, cuando tan solo unos minutos después iba a recibir la noticia del fatídico accidente de Iñaki». Pero la Diosidencia que les quiero contar ocurrió al día siguiente de haber dado testimonio…

Andrea es otra amiga con la cual nos conocimos a través del retiro de Emaús. Unas semanas antes de que yo diera mi testimonio, salimos a tomar un café. Se podría decir que las dos estamos en una sintonía muy parecida de percepción, por lo que nuestra charla fue muy especial, o sea: «divina».

Nos volvimos a encontrar durante mi testimonio ese martes, por lo que al día siguiente me envió la siguiente foto.



Yo los llamo los angelitos pacientes y son para mí emblemáticos desde el día después de mi fuerte conversión. Es más, hablo de ellos en el capítulo:«Una mirada sensible» en el libro:«Diosidencias hacia la luz», que en la auto publicación que hiciera en Argentina en el año 2020 se llamó: «El camino hacia la luz».

Tres horas más tarde me envió también un mensaje más personal junto a una foto que de ninguna manera me podía tampoco resultar indiferente.


Ese angelito con los brazos extendidos lo habíamos comprado con mi hija Sol en París en abril del 2019. Creo no equivocarme al decir que fue en una tienda que hay dentro de la Catedral de Notre Dame, solo unas horas antes de que se incendiara. Me acompañaba cada vez que compartía mi testimonio, sin embargo lo había perdido de vista, sin saber exactamente dónde me lo había dejado olvidado.

Al ver esa imagen, le comenté todo esto a Andrea. Entonces se desveló el misterio. Me lo dejé «olvidado» en el último retiro que participé en mi ciudad a finales del 2019.

También agregó en su audio que no se lo di a ella, porque de haberlo hecho se lo hubiese llevado a su casa. Añadió además que, me envió esa imagen porque buscando otra, vio ésta que le hizo recordar uno de los tantos retiros compartidos.

Lo llamativo es que el jueves por la mañana revisé mi galería de fotos. En ese instante me percaté que yo el mismo día martes 4 de julio, unas horas antes de dar testimonio, había hecho una captura de ese mismo angelito porque me había aparecido, «casualmente», en los recuerdos de mi móvil. Lo curioso es que no recordaba haberla hecho. Curioso y preocupante a la vez… ¡mi memoria a corta distancia está fallando!



En menos de 24 horas ese angelito tan especial para mí aparece dos veces con sus brazos en alto. Esa Diosidencia en tiempo y forma me hizo pensar que Iñaki estaba manifestándose a través de él, porque este testimonio lo sentía como algo pendiente. Se dio la oportunidad de darlo en ese lugar tan significativo para mí y tan solo unas pocas horas antes de retomar la partida a Girona, por lo que siento que él se sentía tan satisfecho como yo. Esos brazos en gesto de victoria hicieron que me lo imaginara a Iñaki diciéndome: ¡Lo conseguiste mamá!



Después de haber pasado tres días en Buenos Aires visitando a unas amigas llegó el momento de retornar a casa.

Era sábado. Me encontraba desde temprano en el aeropuerto. Después de pasar el control policial me fui a desayunar. Luego me senté cerca de la que iba a ser mi puerta de embarque.

Iñaki nuevamente se hizo presente, ya que una amiga con la que he compartido muchos momentos en este último viaje a mi ciudad, me comenta que esa mañana una mujer le había contado que había perdido a su hijo. Con la voz emocionada por la situación, añade que su nombre era: «Iñaki». Todavía en medio de la incredulidad y sorpresa de que algo tan poco probable, una vez más ocurriera, me dispuse para hacerle llegar el único libro: «Iñaki, el ángel» que por lo visto había dejado de «forma providencial», en la casa de mi madre. Expresamente le dije: «Te dejo este libro por si en algún momento alguien se contacta conmigo por alguna mamá que perdió a su hijo».

Se lo dije el martes, horas antes de irme de Santa Fe, y ya el sábado apareció una mamá con la cual comparto un mismo dolor y una dolorosa, pero a la vez, muy significativa Diosidencia: la de tener dos hijos que han partido, con nombres homónimos.

Mientras gestionaba esa entrega del libro, anunciaron que el vuelo estaría demorado una hora más. En un principio me molestó que eso ocurriera, pero después no pude más que agradecer a Dios por esa bendita demora.

Entré a mi WhatsApp para entretenerme unos minutos. Al terminar de leer el primer mensaje, el de Luli en el grupo que tenemos con mis amigas odontólogas, de inmediato me miré mi mano.



No lo tenía puesto. Recordé que me lo había sacado para pasar el control policial guardándolo en uno de los bolsillos de mi mochila. Cuando me dispuse a abrirla para rescatarlo, me percaté de que no la tenía conmigo. ¡La había perdido! No me alcanzaban los pies para dirigirme a toda prisa hasta el baño donde había ido un par de veces. ¡Nada, no estaba!

Como último recurso le pregunté a la chica que había permanecido butaca de por medio al lado mío, si de casualidad no la había visto. Me contestó que no. Mi desesperación iba in crescendo a medida que hacía un recuento mental de todo lo que habia puesto dentro y que a priori parecía muy poco probable que pudiera recuperar. Fue entonces cuando una señora que estaba en la hilera de sillas de atrás, se gira, me mira y me dice:

—Yo te he visto más temprano desayunando en el otro sector. ¿No te habrá quedado en el bar?

A mí me sonaron sus palabras como un despertador, porque estaba tan bloqueada, que no se me ocurrió pensar que la podría haber dejado allí. Después de agradecerle, salí corriendo para llegar cuanto antes al bar donde había estado desayunando tres horas antes. A medida que corría le pedía a Iñaki y a mi equipo de luz, que por favor estuviera allí.

Estoy segura que fue gracias a ellos que la mochila permaneció en el mismo lugar y en la misma posición en que la había dejado apoyada sobre la silla. Un camarero que estaba un par de metros más allá comentó:

—Estaba a punto de sacarla, pero quería esperar para ver si venía alguien a buscarla.

Mi cara de desesperación, seguida de la de alivio, le confirmaron que era sin lugar a dudas, la dueña de la mochila.

Cuando llegué a mi puerta de embarque, los pasajeros comenzaban a subir al avión.

Gracias al mensaje de Luli y al retraso que sufrió mi vuelo, pude recuperar mi mochila, mi ordenador y muchas otras cosas, entre las que se encontraban mi anillo con alas.

También tenía un libro que una amiga me había recomendado especialmente. Me dijo: «Euge, lo tenés que comprar y leer. Cuenta cosas increíbles como las que te pasan a vos. ¡Te vas a sentir muy identificada!».

Le hice caso, lo compré porque me generó curiosidad su comentario. También porque lleva un título homónimo a uno que yo escribí en el año 2013. Como pueden apreciar los ángeles son parte de mi historia, mucho tiempo antes de que sucediera la inesperada partida de Iñaki.



Laura Lynne Jackson escribió un bestseller. Ninguno de los míos ha llegado ni de cerca a serlo. Pero eso no es lo que importa, espero que mi premio esté más allá de las nubes. Seguiré el lenguaje secreto de mis ángeles para que me sigan mostrando el camino…

No haberle enviado la foto del anillo antes a mi amiga Luli, hizo que no lamentara la pérdida de mi mochila, porque si no fuera porque todos estos eventos aparentemente fortuitos se sucedieron, me hubiese subido al avión sin darme cuenta de que me volvía a mi casa más liviana que al llegar al aeropuerto.

Tres días antes fue a través de mi amiga Andrea que supe que no había perdido el angelito, sino que había quedado olvidado ¿accidentalmente? en alguno de los retiros en los que participé. Días más tarde fue Iñaki a través de Luli y esa señora, quienes provocaron una cadena de sucesos que lograron que yo recupera en tres horas, mucho más que una vieja mochila.

No tengo solo un ángel, tengo muchos que aunque no les vea las alas y a veces no los conozca, sé fehacientemente que en momentos dados, actuaron, actúan y seguirán actuando como tales.


Gracias a sus divinas alas pude retornar feliz a casa.

Había tenido mi primer aviso en el comienzo de este viaje de que no viajaba sola a Argentina. Así lo percibí antes de tomar mi avión hacia allí en la madrugada del día 13 del pasado mes de mayo. Esta imagen fue precisamente después de pasar el control policial y antes de llegar al control de pasaportes. Ni en uno ni en otro se dieron cuenta que iba acompañada de un ángel travieso que no me abandona ni a sol ni sombra, que me acompaña ya sea de noche o de día, al ir o al regresar, y que no se distrae jamás.



Todo sucede por algo, ¿o no?









 
 
 

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